viernes, 12 de septiembre de 2014

Una dama de bronce que otea el horizonte


Réplica de la Giraldilla en la ubicación original. Foto del autor


En lo más alto del castillo de La Real Fuerza, en La Habana, una dama de bronce mira al horizonte desde hace más de 400 años. Dicen que espera por su amado que se fue a conquistar nuevas tierras y nunca volvió.
Cuentan los cronistas que la figura está inspirada en Doña Isabel de Bobadilla, esposa de Don Hernando de Soto, nombrado el 20 de marzo de 1537 por la Metrópoli Española como gobernador de la isla de Cuba, Adelantado de la Florida y Comendador de la Orden de Santiago.
Estatua original. Foto: EcuRed
Así fue que la feliz pareja se mudó a la fortaleza de La Real Fuerza que en esa época era la vivienda designada a los gobernadores coloniales.
E 12 de mayo de 1539 Don Hernando partió de La Habana al frente de una expedición compuesta por nueve buques y casi un millar de hombres, con la encomienda de ganar nuevas comarcas para la corona de España. Ya había participado con éxito en incursiones de conquista en Castilla del Oro –en el territorio que hoy ocupa Panamá–, en Nicaragua y Perú y ahora se dirigía al norte, hacia la Florida.
Al partir de Soto, y por su orden expresa, Doña Isabel quedó al frente de la administración del gobierno. Quizás por ello el artista, al modelar la estatua, la representa calzando botas, resguardando su torso con un pectoral de armadura, con corona como tocado y con la mirada altiva.
Según la leyenda, la encumbrada dama y fiel enamorada, pasaba muchas horas al día oteando el horizonte desde la atalaya de la fortaleza en espera de ver aparecer en lontananza al buque que traería de regreso a su marido victorioso.
Mas, quiso el destino que el Adelantado de la Florida nunca volviera a su hogar habanero, pues el 30 de junio de 1540 y a causa de una fiebre letal, la vida le abandonó a orillas del río Mississippi mientras se empeñaba en encontrar la mítica fuente de la eterna juventud.
Obra del artísta Gisachy Saura
La conmovedora historia de amor inspiró al artista habanero Jerónimo Martín Pinzón para esculpir la Giraldilla, una estatua en bronce con la figura de Doña Isabel de Bobadilla, con el rostro enhiesto y la mirada perdida en el infinito. Otra versión, menos romántica, afirma que está inspirada en el Giraldillo, que remata la torre de la Giralda de Granada, en Sevilla, España.
Al igual que ésta, nuestra Giraldilla estaba montada sobre un pivote que le permitía girar de acuerdo con la dirección del viendo, sirviendo así de veleta.
La escultura tiene una talla de 110 centímetros. Sostiene, apoyada en su antebrazo derecho, una palma que perdió su penacho, tal vez a causa de algún vendaval.
Su mano izquierda, extendida y un poco hacia la espalda, sostiene un asta rematada con la cruz de la Orden de Calatrava a la que pertenecía el desaparecido gobernador. La parte inferior del asta, en forma de banderola, servía de “cola” a la veleta para que el rostro de la efigie quedara siempe de frente al viento.
Por espacio de tres centurias la Giraldilla se mantuvo firme, escudriñando la lejanía, donde se besan el cielo y el mar y desafiando tormentas y huracanes, hasta que el monstruoso ciclón de octubre de 1926 la arrancó de su pedestal giratorio y la derribó al suelo.
Devenida símbolo de La Habana, la estatua original descansa hoy en el Museo de la Ciudad, en el vetusto edificio de piedra que fuera Palacio de los Capitanes Generales. Mientras, en el punto más alto del Castillo de La Real Fuerza continúa oteando el horizonte su réplica exacta.

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